domingo, 6 de diciembre de 2015

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


Entre todas las festividades que celebra la Iglesia en honor de la Santísima Virgen, no hay otra que sea más gloriosa que la de la Inmaculada Concepción; por tanto, ninguna debe excitar más la devoción de los fieles. En esta festividad celebramos aquel primer instante en que María, saliendo de la nada, se encontró, por una especial gracia, perfectamente hermosa a los ojos de su Criador, quien, habiéndola formado como la obra más cumplida y más cabal de su omnipotencia, y habiéndola colmado al mismo tiempo de todos los dones, más liberalmente que jamás lo había hecho en favor de todas las creaturas, halló en ella un objeto digno de su amor y de sus más dulces complacencias.

Este primer momento, tan ignominioso y tan fatal a todos los hombres, pues todos comienzan a ser hijos de ira desde el instante mismo que empiezan a vivir; esclavos del demonio tan pronto como hombres, objetos del odio de Dios al mismo salir de la nada; este momento es en María el principio y origen de todas las bendiciones que Dios puede derramar, al parecer, sobre una pura criatura. Este primer momento, vergonzoso para todos los hombres, es un momento de gloria para ella. Hija del Altísimo, heredera del cielo, digna Esposa del Espíritu Santo, precioso objeto del amor de Dios, ve a todos los hijos de Adán esclavos del demonio, herederos del Infierno y víctimas de la justicia divina.


Sí, virgen santa, vos sois toda hermosa en todo el curso de vuestra vida, sin exceptuar un solo momento, y jamás ha habido en vos mancha alguna de pecado, ni mortal, ni venial, ni original. Sólo María ha sido dispensada, por un privilegio singular y único, de aquella ley general de que nadie se ha exceptuado. No por ti, sino por todos se ha puesto esta ley, podemos decir de María. María en su concepción fue exenta de aquella ley general, y esto es lo que se entiende por inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; es decir, que María no tuvo parte alguna en el pecado del primer hombre, y por consiguiente que jamás contrajo la mancha del pecado original, que inficionó toda la descendencia de Adán.

Dios, por una gracia especialísima, hizo en favor de María una excepción de la ley. Sola ella por un privilegio tan señalado, no fue envuelta en aquel naufragio universal. Se debe exceptuar de la ley general la Virgen María, cuando se trata del pecado, dice San Agustín, el cual no puede sufrir ni aún que se ponga en cuestión si estuvo jamás sujeta a él. La razón que alega el Santo manifiesta todavía mejor su pensamiento. Porque sabemos, añade este gran doctor, que esta incomparable Virgen recibió tanto mayores gracias para triunfar enteramente del pecado, cuanto mereció concebir y llevar en su casto seno a aquel que jamás fue capaz de pecado alguno.

Esto es lo que movió a los padres del concilio de Trento a declarar que no era su intención comprender a la bienaventurada e inmaculada Madre de Dios en el decreto en que se trataba del pecado original (Sesión 1). No habiendo, pues, querido el santo concilio confundirla con el resto de los hombres en la ley general del pecado, ¿Quién se atreverá a envolverla en esta maldición común?


Este es también el motivo que ha tenido la Iglesia, gobernada por el Espíritu de Dios, para instituir esta fiesta particular bajo el título de la Concepción de María. En ella pretende honrar la gracia privilegiada y milagrosa que santificó a la Santísima Virgen en el momento que fue concebida; pudiéndose decir que esta primera gracia es propiamente la que pone el colmo a la plenitud de gracias que recibió, y de la que el Ángel la felicitó: porque ¿Cómo hubiera podido el ángel saludarla llena de gracia, si hubiera habido en su vida un momento en que hubiese estado privada de ella? La Iglesia quiere que todos los fieles junten sus parabienes en esta festividad para celebrar un tan insigne favor.

En este dichoso momento se cumplió en ella, dicen los padres, lo que Dios había redicho a la serpiente: Ella te quebrantará la cabeza (Gen. 3). El pecado original, dice San Agustín, es como la cabeza de la serpiente infernal, pues este pecado es el principio fatal por el cual el demonio se hace dueño del hombre. Habiendo sido María libertada de la mordedura de esta serpiente en su Inmaculada Concepción por una gracia preveniente, dice el célebre Jacobo de Valencia, Obispo de Crisópolis, fue propiamente en este momento cuando le quebrantó la cabeza; y este insigne privilegio fue quien le hizo decir: No se alegrará este enemigo sobre mi.

En virtud de esta predilección la llama la Iglesia la primogénita entre todas las puras criaturas, y le aplica estas palabras de los Proverbios: El Señor me poseyó desde el principio de sus caminos. Dios la protegerá desde el amanecer, desde el primer momento de su vida. Dios la ayudará por la mañana muy temprano, dice el profeta (Salm. 45). El Altísimo santificó el tabernáculo que escogió para habitar en él. La santidad más pura debe adornar su casa (Salm. 52). Era decente y convenía, dice San Anselmo, que la Virgen que Dios había escogido para madre suya, fuese de una tal pureza, que no se pudiese imaginar otra mayor en alguna criatura.

Habiendo sido criados los ángeles en el estado de la inocencia, la Reina de los ángeles, dicen los padres, ¿Debía cederles un solo momento en santidad? ¿Cómo era posible que la gracia que Dios concedió a Eva, la primera mujer que trajo al mundo la muerte, la negase a María, que debía dar a luz al autor de la vida? Es cierto, dice San Ildefonso, que fue exenta de todo pecado original aquella, por la cual  no sólo hemos sido libertados de la maldición que había traído sobre nosotros nuestra primera madre, sino que hemos alcanzado toda suerte de bendiciones.

¿Se podía creer que aquel Dios que crio la primera virgen sin pecado, haya negado este privilegio a la segunda, dice San Anfiloquio? Debiendo la carne de Jesús ser una porción de la carne de María, según San Agustín, ¿Se podría imaginar que este Dios de pureza, tan celoso de la inocencia  y de la santidad más perfecta; que este Dios, que tiene un horror infinito a la mancha que deja el menor pecado, hubiese permitido que la carne de María, de la cual debía formar su propio cuerpo el Salvador del mundo, hubiese sido jamás manchada? No quiera Dios, exclama San Bernardo, que nos venga al pensamiento el que esta dichosa morada, donde el Verbo hecho carne habitó nueve meses, haya necesitado jamás de ser purgada de la menor mancha.

Dijo Dios: hágase la luz, y la luz fue hecha. Esta luz pura, dice San Vicente Ferrer, es la feliz concepción de la Virgen María, porque fue hecha sin tinieblas, ni sombra alguna de pecado. No creáis, continua el mismo padre, que la concepción de María haya sido como la nuestra. Nosotros somos concebidos todos en pecado; pero en la concepción de María lo mismo fue formarse su cuerpo y criarse su alma, que ser ella santificada: y en este mismo instante, añade, por haberse encontrado del todo pura, del todo Santa, del todo hermosa a los ojos de Dios, los ángeles en el cielo celebraron, por decirlo así, la Fiesta de su Concepción

(Fragmento del libro: Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año. Por el P. Juan Croisset, C.J. Traducido por el P. J. F. de Isla, C.J. Año 1864.)

Artículo en portugués: http://antipapasdovaticano2.blogspot.com/2015/12/a-imaculada-conceicao-da-santissima.html

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