Entre
todas las festividades que celebra la Iglesia en honor de la Santísima Virgen,
no hay otra que sea más gloriosa que la de la Inmaculada Concepción; por tanto,
ninguna debe excitar más la devoción de los fieles. En esta festividad
celebramos aquel primer instante en que María, saliendo de la nada, se
encontró, por una especial gracia, perfectamente hermosa a los ojos de su
Criador, quien, habiéndola formado como la obra más cumplida y más cabal de su
omnipotencia, y habiéndola colmado al mismo tiempo de todos los dones, más
liberalmente que jamás lo había hecho en favor de todas las creaturas, halló en
ella un objeto digno de su amor y de sus más dulces complacencias.
Este
primer momento, tan ignominioso y tan fatal a todos los hombres, pues todos comienzan
a ser hijos de ira desde el instante mismo que empiezan a vivir; esclavos del
demonio tan pronto como hombres, objetos del odio de Dios al mismo salir de la
nada; este momento es en María el principio y origen de todas las bendiciones
que Dios puede derramar, al parecer, sobre una pura criatura. Este primer
momento, vergonzoso para todos los hombres, es un momento de gloria para ella.
Hija del Altísimo, heredera del cielo, digna Esposa del Espíritu Santo,
precioso objeto del amor de Dios, ve a todos los hijos de Adán esclavos del
demonio, herederos del Infierno y víctimas de la justicia divina.
Sí,
virgen santa, vos sois toda hermosa en todo el curso de vuestra vida, sin
exceptuar un solo momento, y jamás ha habido en vos mancha alguna de pecado, ni
mortal, ni venial, ni original. Sólo María ha sido dispensada, por un
privilegio singular y único, de aquella ley general de que nadie se ha
exceptuado. No por ti, sino por todos se
ha puesto esta ley, podemos decir de María. María en su concepción fue exenta de aquella ley general, y esto es lo que se entiende por
inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; es decir, que María no tuvo parte alguna en el
pecado del primer hombre, y por consiguiente que jamás contrajo la mancha del
pecado original, que inficionó toda la descendencia de Adán.
Dios,
por una gracia especialísima, hizo en favor de María una excepción de la ley.
Sola ella por un privilegio tan señalado, no fue envuelta en aquel naufragio
universal. Se debe exceptuar de la ley general la Virgen María, cuando se trata
del pecado, dice San Agustín, el cual no puede sufrir ni aún que se ponga en
cuestión si estuvo jamás sujeta a él. La razón que alega el Santo manifiesta
todavía mejor su pensamiento. Porque sabemos, añade este gran doctor, que esta
incomparable Virgen recibió tanto mayores gracias para triunfar enteramente del
pecado, cuanto mereció concebir y llevar en su casto seno a aquel que jamás fue
capaz de pecado alguno.
Esto
es lo que movió a los padres del concilio de Trento a declarar que no era su
intención comprender a la bienaventurada e inmaculada Madre de Dios en el
decreto en que se trataba del pecado original (Sesión 1). No habiendo, pues,
querido el santo concilio confundirla con el resto de los hombres en la ley
general del pecado, ¿Quién se atreverá a envolverla en esta maldición común?
Este
es también el motivo que ha tenido la Iglesia, gobernada por el Espíritu de
Dios, para instituir esta fiesta particular bajo el título de la Concepción de
María. En ella pretende honrar la gracia privilegiada y milagrosa que santificó
a la Santísima Virgen en el momento que fue concebida; pudiéndose decir que
esta primera gracia es propiamente la que pone el colmo a la plenitud de
gracias que recibió, y de la que el Ángel la felicitó: porque ¿Cómo hubiera
podido el ángel saludarla llena de gracia, si hubiera habido en su vida un
momento en que hubiese estado privada de ella? La Iglesia quiere que todos los
fieles junten sus parabienes en esta festividad para celebrar un tan insigne
favor.
En
este dichoso momento se cumplió en ella, dicen los padres, lo que Dios había
redicho a la serpiente: Ella te quebrantará
la cabeza (Gen. 3). El pecado original, dice San Agustín, es como la cabeza
de la serpiente infernal, pues este pecado es el principio fatal por el cual el
demonio se hace dueño del hombre. Habiendo sido María libertada de la mordedura
de esta serpiente en su Inmaculada Concepción por una gracia preveniente, dice
el célebre Jacobo de Valencia, Obispo de Crisópolis, fue propiamente en este
momento cuando le quebrantó la cabeza; y este insigne privilegio fue quien le
hizo decir: No se alegrará este enemigo
sobre mi.
En
virtud de esta predilección la llama la Iglesia la primogénita entre todas las
puras criaturas, y le aplica estas palabras de los Proverbios: El Señor me poseyó desde el principio de sus
caminos. Dios la protegerá desde el amanecer, desde el primer momento de su
vida. Dios la ayudará por la mañana muy temprano, dice el profeta (Salm. 45).
El Altísimo santificó el tabernáculo que
escogió para habitar en él. La santidad más pura debe adornar su casa (Salm.
52). Era decente y convenía, dice San Anselmo, que la Virgen que Dios había
escogido para madre suya, fuese de una tal pureza, que no se pudiese imaginar
otra mayor en alguna criatura.
Habiendo
sido criados los ángeles en el estado de la inocencia, la Reina de los ángeles,
dicen los padres, ¿Debía cederles un solo momento en santidad? ¿Cómo era
posible que la gracia que Dios concedió a Eva, la primera mujer que trajo al
mundo la muerte, la negase a María, que debía dar a luz al autor de la vida? Es
cierto, dice San Ildefonso, que fue exenta de todo pecado original aquella, por
la cual no sólo hemos sido libertados de
la maldición que había traído sobre nosotros nuestra primera madre, sino que
hemos alcanzado toda suerte de bendiciones.
¿Se
podía creer que aquel Dios que crio la primera virgen sin pecado, haya negado
este privilegio a la segunda, dice San Anfiloquio? Debiendo la carne de Jesús
ser una porción de la carne de María, según San Agustín, ¿Se podría imaginar
que este Dios de pureza, tan celoso de la inocencia y de la santidad más perfecta; que este Dios,
que tiene un horror infinito a la mancha que deja el menor pecado, hubiese
permitido que la carne de María, de la cual debía formar su propio cuerpo el Salvador
del mundo, hubiese sido jamás manchada? No quiera Dios, exclama San Bernardo,
que nos venga al pensamiento el que esta dichosa morada, donde el Verbo hecho
carne habitó nueve meses, haya necesitado jamás de ser purgada de la menor
mancha.
Dijo
Dios: hágase la luz, y la luz fue hecha. Esta luz pura, dice San Vicente
Ferrer, es la feliz concepción de la Virgen María, porque fue hecha sin
tinieblas, ni sombra alguna de pecado. No
creáis, continua el mismo padre, que
la concepción de María haya sido como la nuestra. Nosotros somos concebidos todos en
pecado; pero en la concepción de María lo mismo fue formarse su cuerpo
y criarse su alma, que ser ella santificada: y en este mismo instante, añade, por haberse encontrado del todo pura,
del todo Santa, del todo hermosa a los ojos de Dios, los ángeles en el cielo
celebraron, por decirlo así, la Fiesta de su Concepción…
(Fragmento del libro: Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año. Por el P. Juan Croisset, C.J. Traducido por el P. J. F. de Isla, C.J. Año 1864.)
Artículo en portugués: http://antipapasdovaticano2.blogspot.com/2015/12/a-imaculada-conceicao-da-santissima.html
Imágenes
tomadas de : https://www.flickr.com/photos/88989400@N02/albums/72157631839970284
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