Representémonos
el viaje de María y José hacia Belén, llevando consigo, todavía no nacido, al creador
del universo, hecho hombre. Llegan a Belén José y María buscando hospedaje en
los mesones, pero no encuentran, o por hallarse todos ocupados, o porque se les
desechase a causa de su pobreza. Empero, nada puede turbar la paz interior de
los que están fijos en Dios. Si José experimentaba tristeza cuando era
rechazado de casa en casa, porque pensaba en María y en el Niño, sonreíase también
con santa tranquilidad cuando fijaba la mirada en su casta esposa. El ruido de
cada puerta que se cerraba ante ellos era una dulce melodía para sus oídos.
Eso
era lo que había venido a buscar. El deseo de esas humillaciones era lo que había
contribuido a hacerle tomar forma humana. ¡Oh! ¡Divino Niño de Belén! Estos días
que tantos han pasado en fiestas y diversiones o descansando muellemente en cómodas
y ricas mansiones, ha sido para vuestros padres un día de fatiga y maltratos de
toda clase. ¡Ay! El espíritu de Belén es el de un mundo que ha olvidado a
Dios.
¡Cuántas veces no
ha sido también el nuestro!
Pónese
el sol detrás de los tejados de Belén y sus últimos rayos doran la cima de las
rocas escarpadas que lo rodean. Hombres groseros, codean rudamente al Señor en
las calles de aquella aldea oriental y cierran sus puertas al ver a su Madre.
La bóveda de los cielos aparece purpurina por encima de aquellas colinas
frecuentadas por los pastores. Las estrellas van apareciendo unas tras otras.
Algunas horas más y aparecerá el Verbo Eterno...
(Tomado
de: Novena tradicional de Navidad)
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